Es curiosa la expectación que se ha creado con la
visita de mis padres (entre mi familia y amigos, claro). Por supuesto, la mayor
parte de este interés es por conocer las aventuras de mi padre puesto que Japón
no era desconocido para mi
madre. Pero me parece que os voy a decepcionar un poco porque la verdad es
que no tuvo ningún problema ni siquiera con la comida. Sorprendentemente no
echó demasiado de menos el pan aunque creo que hizo un esfuerzo titánico para
que no se le notara mucho, cosa que le agradezco. Al menos le llevé un día pan
hecho de harina de arroz para quitarle el mono un poco.
Y ahora que hablo de harina, sí que recuerdo una buena
anécdota del primer día aunque yo no estaba presente puesto que ocurrió en la
aduana del aeropuerto de Narita y, como no viajero, no podía estar allí. A la
entrada a Japón, se hacen controles aleatorios de maletas donde a veces te
piden abrirlas. Mis padres iban juntos pero sólo le abrieron la maleta a él y
como no supieron entenderse bien cuando le preguntaron por un paquete que
llevaba, se lo cogieron y lo pasaron por el escáner, lo abrieron y… le quitaron
unos paquetes de jamón que me traían…¡¡aaaaaaaaahhhhhhhh!!!!! Por suerte, el
queso pasó y los paquetes que venían en la maleta de mi madre también, así pude
tener mi aprovisionamiento de kits-quitapenas. El caso es que en la maleta iban
además un par de cajas de galletas caseras hechas por mi madre y también les
preguntaron por ellas. El policía de la aduana les enseñó un papel con fotos de
cosas como ejemplo y mi padre apuntó rápidamente a un montoncito de “harina”
diciendo que era eso lo que llevaban las cajas. Claro que la foto no era de
harina de trigo precisamente. Menos mal que el policía entendió la confusión,
si no me hubiera sido bastante más complicado sacarles del aeropuerto.
Esa primera noche la pasamos en un hotel del
aeropuerto y al día siguiente nos levantamos temprano para comenzar el primer
viaje. Yo me cogí unos días de vacaciones y así pudimos ir un poco más lejos
para que mi madre conociera sitios en los que no había estado, al igual que yo
porque no suelo ir muy lejos de Sendai a no ser en viajes de trabajo. De manera
que empezamos yendo bastante al sur, en concreto llegamos a Hiroshima. El viaje
fue bastante largo porque tuvimos que coger tres trenes. Primero tuvimos que ir
desde Narita a Tokio en tren normal y luego coger dos shinkansen. Mis padres venían con el JR Pass (un pase con el que se pueden coger todos los trenes que se
quieran, esencialmente de la compañía JR, durante un periodo concreto y que es
la mejor manera para moverse en Japón cuando se viene de turista) y con éste no
se puede coger el Nozomi, el tren
bala rápido que va hacia el sur, por lo que tuvimos que coger trenes bala
normales (lo de normal habría que entrecomillarlo). Con esto, lo que quiero
decir es que echamos la mitad del día en el viaje a pesar de utilizar uno de
los mejores servicios de trenes bala del mundo.
Hiroshima es por desgracia una de las ciudades
japonesas más conocidas en todo el mundo. La mañana del 6 de agosto de 1945, el
Enola Gay lanzó la primera bomba
atómica sobre población civil en la Historia. Hay quien dice que las dos bombas
lanzadas por el ejército estadounidense ayudaron a cerrar rápidamente la 2ª
Guerra Mundial haciendo capitular al ejército japonés y que de otra manera se hubiera
alargado mucho más con un mayor número de víctimas. Tal vez sea cierto, pero a
mí me cuesta mucho aceptar un acto tan atroz y de tal dimensión como algo
positivo, ni siquiera como un mal menor. La bomba iba dirigida al puente Aioi, cerca de donde se encuentra la Cúpula de la Paz, claro que en aquel
momento no se llamaba así, era el edificio para la Promoción Industrial de la Prefectura de Hiroshima.
La bomba explotó a 600 metros sobre el suelo pero se
desvió un poco por los vientos aunque creo que no hizo mucha diferencia. El
edificio, declarado patrimonio de la humanidad en 1996, se somete a un arreglo
cada aproximadamente 3 años desde 1992 y precisamente nos tocó a nosotros verlo
con los andamios puestos.
El puente Aioi,
en forma de T para cruzar el río cerca de una bifurcación de manera que conecta
las dos orillas y la zona que queda en medio de las dos partes del río, a pesar
de ser el objetivo de la bomba, no llegó a colapsar y tras su reparación se
pudo utilizar hasta que en 1983 se reconstruyó completamente.
Pasando por el puente y recorriendo la base de la T
(la parte de la derecha de la primera foto de la entrada), se llega a un parque
bastante guapo donde por ejemplo se encuentra la Campana de la Paz.
El parque se extiende hasta una gran explanada donde
está este estanque y una especie de altar donde se hacen ofrendas florales. Supongo
que en unos días habrá algún gran acto de conmemoración porque se cumplen 70
años desde el lanzamiento de la bomba y el fin de la guerra.
El viaje empezó a finales de marzo así que era un buen
momento para ver los cerezos en flor aunque no siempre tuvimos la suerte de
verlos como es debido, pero en este parque había alguno que no estaba mal del
todo.
A pesar del pasado trágico de la ciudad y de que el
paseo que nos dimos fue relativamente corto, me pareció una ciudad bastante
agradable y accesible. Quizás ayudaba que incluso tenía hasta tranvía, cosa que
siempre me ha parecido que le da a una ciudad un ambiente diferente, será por
el toque nostálgico que da.
Por último, nos dio tiempo a acercarnos a ver el
castillo, por supuesto totalmente reconstruido.
A pesar de saber que no es un castillo antiguo, es
bonito. Para terminar el día, fuimos a cenar alguna de las excelencias de la
zona, en concreto, fuimos a un sitio muy curioso, el Okonomimura o Poblado de
Okonomiyaki. Se trata de un montón de restaurantes pequeños juntos en un
edificio donde se sirve principalmente Okonomiyaki,
un tipo de comida del que ya
hablé hace muchos años y que preparé alguna vez en Oviedo, aunque no me
queda igual que aquí. En este caso comimos la variedad local, el Hiroshimayaki, que es casi lo mismo que
el Okonomiyaki pero lleva yakisoba
(fideos largos salteados) en el medio.
Lo bueno de estos restaurantes es que lo hacen justo
en frente tuyo y se puede comer directamente de la plancha y así no se enfría.
La cerveza se calienta rápidamente así que hay que darse un poco de prisa. Lo
mejor de todo fue ver a mis padres peleándose con los palillos pero tengo que
decir que se les dio bastante bien desde el principio a pesar de que no era
sencillo.
El siguiente paso en el viaje queda para la siguiente
entrada.
Besos para ellas y abrazos para ellos.