Lo había dejado en que me había vuelto a la habitación después de una charla con mi jefe con cervezas por el medio.
Al día siguiente (viernes 5 de septiembre) terminé de preparar la maleta y me pasé por los despachos para despedirme de la gente y terminar de hacer papeleo. Cerca del mediodía cogí el shinkansen hacia Tokio, ya que allí tenía que pasar la noche para coger el avión al día siguiente en Narita. Aquí tenéis una foto de mi vida resumida en una maleta y dos mochilas, en el andén de la estación de Nagano.
Dejé el tren en Ueno, que me quedaba mejor para ir al hotel que había reservado esa noche. De todas maneras había unos 10-15 minutos entre la estación y el hotel así que, con toda la carga que llevaba encima, el paseo se me hizo bastante largo, acabando con una sudada impresionante.
Una vez dejadas las cosas en el hotel, me fui a dar una vuelta por el barrio de Asakusa, que quedaba muy cerca, en concreto me llamó la atención una calle (ahora no recuerdo el nombre) en la que prácticamente todas las tiendas eran de menaje de cocina donde vendían todo tipo de cacharros, tanto para cocinar como para comer.
A última hora de la tarde fui a Odaiba en el tren elevado Yurikamome, del que hablé en una entrada del año pasado. Cuando llegué ya había anochecido, así que pude disfrutar de las vistas nocturnas del skyline de Tokio.
Este es el Rainbow Bridge, que une la ciudad con la isla de Odaiba, y también se puede ver al fondo
En el paseo que me di por allí, llegué hasta la reproducción en pequeño de
Otra prueba más de cómo los japoneses toman las cosas de fuera, las imitan y, normalmente, las mejoran, aunque este no es el caso.
Después de dar el paseo, me fui a cenar a una hamburguesería de una cadena japonesa, Mos Burger (me negué a entrar en un McDonalds). Al día siguiente tenía que madrugar, porque el tren hacia Narita me salía a las 7:30 de la mañana y tenía que volver a rehacer la maleta y mover cosas a las mochilas de mano para no pasarme de peso en la facturación.
Besos para ellas y abrazos para ellos.