El sábado me levanté temprano y, después de tomar un desayuno estilo inglés en una cafetería japonesa cercana al hostal, me fui en autobús hasta las cercanías del templo Ginkaku-ji, el Pabellón de Plata. Construido originalmente en 1482 como una villa, la primera intención era la de cubrirlo de plata en contraposición al templo Kinkaku-ji (cubierto de oro), pero de éste hablaré más adelante. La idea se abandonó y la villa se convirtió en un templo.
Quizás porque fue el primer templo que visité en Kioto, por su sencillez o por sus jardines, pero creo que este fue el sitio que más me gustó de Kioto. El recorrido por sus jardines te llena de paz a pesar de la cantidad de gente que había incluso a esas horas de la mañana. Una constante en los jardines que hay en los alrededores de los templos es la presencia de lagos artificiales pero con una apariencia que hace preguntarte si realmente lo son o, por caprichos de la naturaleza, se formaron de esa manera. Otro elemento bastante característico en los templos de Kioto es el de los jardines zen, es decir jardines de arena y piedra.
Por cierto, este templo es uno de los 17 lugares de Kioto declarados patrimonio mundial por la Unesco.
Tras visitar este templo, situado al nordeste de la ciudad, me dirigí hacia el sur, a Nanzen-ji. Me dirigí hacia allí, a pie por el Tetsugaku no michi, el camino de la filosofía.
Un paseo de media hora, a la vera de un canal de agua, alargado por la visitas a Honnon-ji y Otojo-ji. Dos pequeños templos cercanos al paseo, situados en la ladera de la montaña que queda al este de la ciudad. Por no ser tan conocidos, están menos concurridos y se pueden disfrutar tranquilamente.
El Nanzen-ji es un templo bastante grande, pero yo me quedo con el paseo que proponía la guía a un lugar de peregrinaje, cercano al templo principal. Caminando unos diez minutos por una senda que se interna en las montañas se llega a este punto.
Por lo visto, bajo esta cascada se sientan a meditar algunos intrépidos peregrinos incluso en invierno. Yo tuve la suerte o la desgracia de no ver ninguno, me hubiera entrado frío sólo de verlo, y eso que hacía buen tiempo y una temperatura fresca pero agradable.
Después de esto me desvié un poco hacia el centro de Kioto, hasta el Heian-jinguu. Esto es un complejo de templos sintoístas que se construyó en 1895 en conmemoración del 1100 aniversario de la fundación de Kioto. Sin embargo, quizás lo que más sorprenda es el impresionante torii de acero que hay en la entrada.
Tras una breve visita a este santuario, me volví otra vez hacia el este, en dirección al templo Chion-in. Por el camino me paré en un restaurante para comer algo. Allí entablé conversación con un hombre occidental que estaba terminando de comer, pero me costó mucho hablar con él. Empezó a preguntarme si había dormido en un llos jostoo, hasta que me di cuenta de que se refería a los albergues juveniles (youth hostel) tardé un buen rato y cuando le pregunté de dónde era me dijo que de Gasha, volví a tardar un buen rato hasta que supuse que se trataba de Rusia. Otro acento más para la saca. Aquí quiero remarcar que no me estoy burlando del acento de la gente de otros países, porque el mío debe ser penoso. Es una simple muestra de las dificultades que me encuentro a la hora de comunicarme, sobre todo cuando estás acostumbrado a oír japoneses y te cambian el acento.
Después de este paréntesis lingüístico me acerqué hasta Chion-in, en el que se encuentra la entrada a un templo budista, san-mon, más grande de todo Japón.
En este templo di una vuelta por los jardines, donde se encuentra la campana más grande de Japón, 17 monjes son necesarios para hacerla repicar, ríete tu del botafumeiro de Santiago.
En estos jardines entré en un pequeño templo secundario, para lo que tuve que descalzarme. Cuando salí y me senté para volver a calzarme, se sentó al lado mío un hombre, japonés, que empezó a hablarme. Es increíble lo que se puede hablar cuando los interlocutores ponen empeño en hacerlo. Entre mi pobre japonés y gracias a la gesticulación, logramos charlar un poco de lo guapo que estaba el bosque en otoño y de lo difícil que es el japonés.
Después de este templo continué mi paseo hacia el sur paseando por unas calles estrechas y empinadas atestadas de gente que va de tienda en tienda de recuerdos. También te puedes encontrar con una estampa como siguiente.
Podría jactarme de haber visto a una geisha o, en el dialecto de Kioto, una geiko, sin embargo dudo mucho que esta mujer lo fuera. Había un fotógrafo haciéndole fotos y estaba a la vista de todo el mundo. Según leí en el blog de Yito y Vito, existen empresas que se dedican a vestir a mujeres a la manera de una geiko y luego se pasean con un fotógrafo detrás, para hacer un álbum de fotos de ese día inolvidable en el que se convirtió por unas horas en una geiko.
Mi paseo me llevó a Kiyomizu-dera. Probablemente no os suene de nada, pero este lugar estuvo nominado para ser una de las nuevas siete maravillas del mundo. Además es otro de los emplazamientos incluidos en la lista del patrimonio mundial de la Unesco. Se trata de un complejo de templos y pagodas en un recinto situado en la ladera de las montañas del este de Kioto (Higashiyama). El templo original fue construido en 798, pero la parte más característica es el Hondo, construido en 1633 sobre el bosque, siendo un ejemplo de la arquitectura kake-zukuri, es decir, una especie de voladizo sustentado por cientos de pilares de madera.
Desde el balcón de este edificio se tiene una bonita vista de la ciudad de Kioto. Debajo del Hondo está la Otowa-no taki, que más o menos viene a ser la cascada de Otowa y fue el origen del templo, ya que aquí un monje budista vio a la diosa de la misericordia Kannon. Beber el agua sagrada de la cascada tiene propiedades curativas, así que yo no fui menos y probé el agua milagrosa. De momento no siento nada especial.
Continuando mi peregrinación particular hacia el sur llegué a Sanjuusangen-doo. Este es un templo/palacio construido en 1164 y reconstruido, tras sufrir un incendio, en 1266. El edificio es estrecho y alargado, y en su interior alberga 1001 estatuas de la diosa Kannon (de la que acabo de hablar). Su nombre hace referencia a los 33 (sanjuusan) tramos entre los pilares del edificio. La estatua principal, de mayor tamaño, está flanqueada por 500 estatuas a cada lado. Aparentemente las estatuas son todas iguales, pero si uno se fija en los detalles, se da cuenta de que cada una posee alguna característica que la diferencia de las demás. Cada estatua, de madera de ciprés, tiene mil brazos. Tal vez sea una exageración, porque en realidad tienen 40, pero cada uno salva 25 mundos, así que de esa manera sí salen las cuentas. Además, situadas enfrente de las 1000 estatuas hay otras 28 de deidades guardianes de todo tipo. Lamento no tener ninguna imagen de cosecha propia pero no dejaban hacer fotografías en el interior.
Cuando salí de este edificio ya se estaba haciendo de noche, así que me volví en dirección norte, siempre al este de la ciudad, hacia Gion. Este es un barrio internacionalmente conocido por ser donde se encuentras algunas de las casas de té donde trabajan las maiko y geiko. Merece la pena acercarse a este barrio de noche, porque es quizá cuando mejor luce. Dejé atrás la calle principal atestada de gente, tanto turistas como autóctonos, y me encontré de sopetón con una serie de callejones estrechos que representaban a la perfección la imagen que se tiene del Japón tradicional. Suelos empedrados, casas de madera y canales de agua.
La verdad es que se respiraba una paz que resulta increíble teniendo en cuenta el bullicio que había dos calles más allá. Ahora si puedo decir que tuve la suerte de ver una geiko por la calle, aunque no pude hacerle ninguna foto que le haga justicia, por lo que no voy a ponerla aquí. De hecho, viendo la prisa que mostraba a pesar de la gente que intentaba hacerle alguna foto, me pareció que era una violación de su intimidad intentar sacarle más fotos, así que decidí no intentarlo.
Tras dar un largo paseo por Gion, rehíce el camino hasta Kiyomizu-dera para poder disfrutar del camino sin apenas gente. Por el camino me encontré con esto.
Esta es la pagoda Yasaka. Quizás si la hubiera visto de día no me hubiera llamado tanto la atención, pero iluminada de noche tenía un encanto que difícilmente lo tendrá de día.
Tras este paseo nocturno volví al hostal. Camino de él di un pequeño rodeo para poder poner la nota friki del fin de semana.
Por si no lo veis bien, creo que logré solucionar ya lo de que se puedan ver las imágenes en grande. Resulta que en Kioto nació Nintendo, que supongo conoceréis todos. Al parecer, antes de ser una empresa puntera en consolas y videojuegos, Nintendo empezó como una empresa dedicada a fabricar juegos de cartas, y aún lo sigue haciendo. Encontré el edificio gracias a las indicaciones del blog de kirai. Está un poco apartado de los edificios turísticos, así que hay que tener un grado alto de frikismo para dar con él, sobre todo por el frío que hacía y que no tenía jersey (había dejado la sudadera en el hostal).
Hasta aquí el sábado de este intenso fin de semana. Un gran día entre templo y templo. Mi cuerpo empezaba a resentirse porque fueron casi catorce horas caminando casi sin descanso, y aún me quedaba el domingo.
Besos para ellas y abrazos para ellos.