Este fin de semana no tenía pensado haber ido a ningún sitio, pero al final me animé a hacer un pequeño viaje, ya que la opción de quedarme en Nagano no me atraía mucho y algo tenía que contar aquí.
Me parece que casi ninguno habrá oído hablar de Oomiya. Se trata de un barrio de la ciudad de Saitama, cercana a Tokio. A los aficionados a los deportes, y en particular al baloncesto, debería sonarles esta ciudad, ya que allí fue donde se disputó la final del último campeonato del mundo de este deporte. Pues sí, fue en el Saitama Super Arena, que se puede ver desde el shinkansen que une Tokio con Nagano, donde España ganó el mayor trofeo de su historia en el baloncesto.
Esta ciudad no es muy turística, lo cual me vino muy bien para desconectar de la cantidad de gente que había en Nara y Kioto la semana anterior. Lo que me interesaba de Oomiya era un distrito en particular, el Bonsai-choo, conocido como Bonsai Village. Se trata de una zona de Oomiya en la que hay una gran cantidad de viveros de bonsáis.
La villa se construyó hacia los años veinte, después del gran terremoto de Kanto. Tras el desastre, algunos de los maestros de bonsái se trasladaron desde la ciudad de Tokio a Oomiya, a una zona por entonces poblada tan solo por árboles, zorros y mapaches. Como curiosidad, decir que existen cuatro condiciones para poder vivir en Bonsai-choo. Poseer como mínimo diez macetas con bonsáis (tiene lógica), mantener las puertas abiertas, no construir una casa con más de dos pisos y que los cercados sean de árboles de hoja perenne.
Otra de las espinas que tenía clavadas del año pasado era la de ver un museo de bonsáis. En realidad esto no lo conseguí, porque se trataba simplemente de viveros. Según parece, las exposiciones de bonsáis se tienen que hacer con las macetas de gala, sobre un pedestal, con un ukiyo-e (pintura japonesa sobre tela o papel) al lado y una planta de acompañamiento (información suministrada por Suárez-Rodríguez F). De todas maneras, había auténticas preciosidades. Aquí os pongo alguna foto que saqué, a pesar de que en alguno de los viveros no dejaban hacer fotos.
Yo, sin tener ni idea, disfruté viendo estos árboles en miniatura. Además, entre vivero y vivero se puede ir a la Casa de las cuatro estaciones a descansar un rato.
El descanso no me vino nada mal porque hacía tanto calor que casi me costaba respirar. Y es que se estaba preparando una buena tormenta. Al terminar la visita a los bonsáis me fui hasta Tokio. Mientras iba en el tren, empezó a llover bastante, suerte que cuando llegué a la estación de Ueno, ya había amainado un poco. Aún así tuve que abrir el paraguas plegable que me había comprado esa misma semana, previsor que es uno.
Entre los distritos turísticos de Tokio, Ueno, junto con Asakusa, es donde la extrema modernidad aún no ha penetrado completamente. Había dos razones para ir hasta allí, porque el hotel que había cogido estaba relativamente cerca, a sólo dos paradas de metro y además quería ver algún museo, ya que en Ueno-kooen (el parque Ueno) están los mayores museos de Japón.
Al salir de la estación me encontré con esto.
Aún no había comido, y ya era bastante tarde, pero resistí la tentación de entrar en este sitio. Preferí ir al mercadillo Ameya-yokochoo, que está al lado de la estación de Ueno. Lo siento, no me puedo resistir a hablar de comida, pero es que uno, desde fuera, se hace la idea de que Japón puede ser muy caro, sin embargo, es fácil encontrar restaurantes de comida rápida japonesa de calidad en los que puedes comer por 650 yenes (unos 4 euros). No es que sea una comida excepcional, pero para ir en plan de turista mochilero está más que bien.
Después de comer fui al Museo Nacional de la Naturaleza y Ciencia.
El museo consta de dos zonas. Una galería global y otra dedicada a Japón. Ambas galerías están divididas en varios pisos con distintas secciones sobre fauna, flora y tecnología, desde los tiempos de los dinosaurios hasta la actualidad. El problema para los occidentales en los museos japoneses es que apenas tienen paneles explicativos en inglés, aunque en este caso tienen muchas pantallas interactivas con traducciones. De todas maneras, el museo es muy visual, es decir, apenas se necesitan paneles explicativos. Sin embargo, donde más lo eché en falta fue en una zona en la que se podía experimentar, a modo de juego lúdico, con varias propiedades físicas de los materiales y otras cosas. Algunos aparatos eran evidentes, pero en otros casos lo que hacía era esperar a que algún japonés jugara con las máquinas y luego lo intentaba yo. La batería de la cámara se me acabó al poco de entrar en el museo, así que no os puedo poner fotos. Lo bueno es que se me acabó justo cuando estaba intentando fotografiar unos nanotubos de carbono. Para quien no lo sepa, yo estoy en el Institute of Carbon Science and Technology, dirigido por Morinobu Endo, que cada año está nominado a los premios Nobel de química y física, sin conseguir ni uno ni otro, por haber descubierto los nanotubos de carbono. Puede que fuera una señal que no los pudiera fotografiar.
En el caso de que alguien quiera visitar Tokio, no considero este museo como una prioridad si no se disponen de muchos días, pero puede resultar un buen sitio donde pasar una tarde de lluvia entretenida.
Cuando terminé con este museo, no me dio tiempo a ver más, ya que aquí cierran a las 18:00, excepto los viernes que algunos cierran a las 20:00, de manera que me fui al hotel para dejar las cosas. Esta vez, como me decidí tarde a hacer el viaje, no encontré un sitio barato donde dormir. Es lo malo de viajar solo, no puedes compartir gastos y las habitaciones individuales salen casi al mismo precio que las dobles. El hotel no estaba mal, por si os interesa, aquí podéis encontrar la dirección de la cadena a la que pertenecía el hotel donde me quedé.
Estuve descansando durante un rato, mientras cargaba un poco la batería de la cámara, para salir a dar una vuelta nocturna. Me acerqué hasta Akihabara, el barrio de la electrónica, para ponerme los dientes largos con la tecnología a buen precio que se puede encontrar allí. Allí se encuentra uno de los centros comerciales más grandes dedicado a aparatos electrónicos, el Yodobashi Kamera de Akihabara. Después me di una vuelta por el barrio, entre tienda y tienda. El problema fue que, mientras estaba por allí, empezó a llover de una manera increíble, caía agua como si nunca lo hubiera hecho. Yo me las di de listo, porque iba con mis flamantes playeros de gore-tex que me había comprado antes de venir a Japón, porque sabía que me podía pasar una cosa así. Bueno, pues los malditos playeros me calaron, no duraron ni cinco minutos. Por el contrario, el paraguas de tres euros que había comprado aguantó perfectamente.
Como no parecía que fuera a parar en breve, me fui hacia al hotel, desistiendo de dar un paseo nocturno por Roppongi (barrio de movida occidental en Tokio), como tenía pensado. Cuando dejé el metro, había parado de llover, así que tuve la posibilidad de sacar esta foto.
Se trata del Sumida-gawa (río Sumida) a su paso por Asakusa. A la izquierda de la foto se puede ver una de esas autopistas elevadas tan típicas de las grandes ciudades de Japón.
Eso sí, teníais que haberme visto en el hotel con el secador enchufado a los playeros para ver si me secaban para el día siguiente.
Bonsáis, museo y lluvia, un típico día de turista en Japón.
Besos para ellas y abrazos para ellos.