Hace tiempo que no escribo en el blog, pero tengo varias buenas razones. He tenido algunos problemas técnicos con el ordenador, tuve que reinstalar el sistema operativo y todos los programas. Por otro lado, tampoco tenía mucho que contar. El sábado de la semana anterior tenía una cena con la gente de karate, por lo que decidí no ir a ningún sitio. Al día siguiente di una vuelta por Guildford, la ciudad donde estoy viviendo ahora, para poder hacer unas fotos y empezar a contaros cómo es, pero hizo un día de perros y las fotos no quedaron muy lucidas.
Todo este rollo para decir que el fin de semana pasado decidí visitar el Hampton Court Palace. Este es uno de los palacios más importantes de Inglaterra y uno de los edificios más representativos del estilo Tudor.

El palacio fue construido en 1514 como residencia de campo del cardenal Wolsey, pero, como ya dije en la entrada de Oxford, este cardenal no apoyó a Enrique VIII en su separación de Catalina de Aragón, así que el rey se adueñó de sus propiedades. Por lo menos conservó la cabeza sobre los hombros, cosa que no se puede decir de dos de las esposas de Enrique VIII. De esta manera, Hampton Court se convirtió en residencia de la corte durante más de dos siglos.
La entrada del palacio no es precisamente barata, 14 libras más 1.40 libras de aportación voluntaria, lo cual quiere decir que te sueltan “Son 15.40 si quieres hacer una donación para la conservación del palacio” a lo cual tú no te puedes negar, por miedo a quedar como un agarrado que no quiere soltar ni un penique por un palacio que aún no has visto y no sabes si te va a gustar. Por lo menos, la entrada incluye la visita del palacio con una audio-guía y también da acceso a los jardines. Sin embargo, una de las cosas que peor me parecieron, y no me refiero sólo a este palacio, si no a otros sitios que he visitado también en otros países, es que en invierno cierran parte de las instalaciones, además de abrir en un horario más reducido, pero el coste de la entrada es el mismo. A mi parecer, no es justo, deberían reducir también el precio. Después de este párrafo econo-vindicativo, voy a contar algo de la visita en si.
Por lo visto, apenas se puede visitar una quinta parte del palacio, pero es bastante grande, sobre todo si sumamos los jardines, así que la visita lleva todo el día. La entrada principal, que en el momento de mi visita estaba cerrada por obras de restauración, lleva al patio principal, el Base Court.



Comencé la visita al interior del palacio por las cocinas. Como a toda corte real que se preciara, les gustaba mucho aparentar, y una de las maneras de hacerlo era con cantidades ingentes de comida, en concreto de carne de ternera asada a la brasa, que era muy cara en la época de Enrique VIII. Lo que yo no sabía era que, lo que parecen una especie de grandes tartaletas de pan, en realidad se usaban para terminar de cocinar la carne en los hornos y servirla. Una vez en la mesa, se utilizaban como platos e incluso como servilletas, pero no para comer como acompañamiento.


Vaya, lo siento, me he puesto a divagar otra vez, intentaré enfocarme en el tema.
Cuando salí de las habitaciones de Enrique VIII, parecía que quería empezar a llover, así que antes de seguir con la visita al interior del palacio, decidí dar un paseo por los jardines, pasando antes por el Fountain Court.


Como curiosidad, en una parte de los jardines se encuentra la Great Vine, que está considerada como la viña más vieja del mundo, así como la más grande, con ramas que alcanzan los 75 metros de longitud.

Entre medias, asistí a una de las representaciones que hacen en el palacio sobre el día de la boda de Enrique VIII con Kateryn Parr.

Después de salir del palacio di un paseo por las orillas del Támesis, pero después de todo el día pasando frío no tardé mucho en volver con Todoroku a Guildford.
Al final, esta entrada me ha quedado bastante larga, pero es que hacía dos semanas que no escribía nada aquí, así que tenía que resarcirme.
Besos para ellas y abrazos para ellos.