viernes, 29 de agosto de 2008

...pasa otro domingo en Tokio

El domingo me levanté un poco más tarde que el día anterior y me dispuse a pasar un día dando vueltas por Tokio. Ya empiezo a conocer bastante bien la ciudad, pero es tan grande que todavía me quedan cosas que me gustaría visitar y hacer allí.

Había leído algo de que el Koishikawa Koraku-en era uno de los mejores parques de Tokio, así que allí me fui. Además, la guía también pone que es uno de los parques menos conocidos por los extranjeros, lo que lo hacía mucho más atractivo. De nuevo me alegraba disfrutar del privilegio de pasar muchas jornadas en Tokio, porque permite conocer cosas que nunca haría con sólo unos días.

El Koishikawa Koraku-en empezó a establecerse a comienzos de la era Edo, en 1629. En él se introdujeron elementos provenientes de la cultura china, e incluso reproducciones de algunos lagos y puentes de este país así como de otros puntos de Japón. El propio nombre del parque tiene origen chino, y viene a ser algo así como “el jardín para disfrutar el poder”

Me pasé unas horas dando vueltas por el parque, porque merecía la pena.

El sitio era muy tranquilo, a excepción de los gritos que daba la gente montada en una montaña rusa que había muy cerca del parque. Por suerte sólo se oían los gritos cada cierto tiempo, cuando llegaban a la parte más alta de la atracción.

Como nota curiosa, aquí os pongo una foto de uno de los trabajadores del parque. El hombre estaba quitando las hierbas del camino con una pequeña hoz, sentado en el suelo. Desde luego, no me imagino a los operarios del ayuntamiento de Oviedo haciendo lo mismo en el Campillín y menos en el suelo húmedo de la lluvia del día anterior.

Este es el Engetsu-kyoo, reproducción de un puente chino. En japonés significa “Puente de la Luna llena”, debido a que, con el reflejo en el estanque, produce el efecto de un círculo con la apariencia de la Luna llena.

El siguiente es el Tsuten-kyoo. No conozco la historia de este puente, pero la estampa es muy guapa.

Más adelante me encontré con esta cascada.

Que resultó ser una reproducción de la Shiraito no taki, una cascada que hay en la prefectura de Nagano.

Podría seguir enseñándoos fotos, pero sería aburrido y además mucho trabajo para mí el andar subiéndolas al blog y hoy estoy un poco vago.

Cuando terminé mi visita a este jardín, mi intención era la de ir a Odaiba, que es una zona moderna urbanizada en la bahía de Tokio. Allí estuve de pasada el año pasado, pero quería ir a un museo y a ver de cerca la réplica de la Estatua de la Libertad que hay allí. Pero antes fui a comer y me di un paseo por Harajuku para mirar algunas tiendas curiosas. El caso es que cuando llegué allí me encontré con que había un festival, el Super Yosakoi.

Era parecido al que había estado en Nagano. Había varios grupos, cada uno con su traje y su coreografía. La diferencia es que en este caso la música también era distinta para cada uno de los grupos.

Allí me pasé un buen rato, olvidándome del museo mientras veía los diferentes bailes. El tiempo pasó y la lluvia hizo su aparición, así que, cuando terminó el desfile, desistí de ir hasta Odaiba, habrá que dejar alguna cosa para la próxima vez.

Por cierto, no os creáis que no tuve problemas con el transporte público este fin de semana. Bueno, en realidad no se puede llamar problema, pero sí que tuve un pequeño susto. En una de las ocasiones en las que cogí el metro, hubo un momento en el que se quedó parado en medio del túnel durante un minuto. No fue mucho, pero cuando no te enteras de lo que dicen por la megafonía, es un poco acongojante (es que no uso otras palabras por si hay niños levantados).

Besos para ellas y abrazos para ellos.

martes, 26 de agosto de 2008

...pasa un sábado en Nikko

Uno de los sitios que tenía en mente visitar antes de venir por segunda vez a Japón, era Nikko (en romaji sería Nikkoo, pero voy a acortarlo porque normalmente se escribe de la otra manera).

El viernes fui hasta Tokio a media tarde para pasar la noche allí y poder ir temprano al día siguiente a Nikko. Como esta vez había cogido el hotel con mucho tiempo, pude encontrar algo con un precio apropiado al presupuesto de un pobre becario. El hotel Juyoh es uno de los más baratos de Tokio, recomendable si no te importa prescindir de ciertas comodidades, claro. La habitación es de estilo japonés, con tatami y un futón para dormir, y el baño es compartido para toda la planta. Pero haciendo el viaje de dos días, con una mochila, no se necesita más que un sitio donde posar la cabeza al llegar la noche. Lo que menos me gustó fue la zona, pero lo bueno que tiene Japón es que no te sientes inseguro en casi ningún sitio.

Ya veis que os estoy haciendo de conejillo de indias para un posible viaje por Japón, probando de todo.

El sábado por la mañana me desperté muy temprano para ir hasta Nikko, y es que aún tenía por delante un viaje de dos horas. El día amaneció relativamente bueno en Tokio, por lo menos no llovía, pero a medida que el tren se acercaba a Nikko, se iba torciendo, de manera que, cuando llegué, estaba cayendo una lluvia fina que me acompañó durante todo el día, por suerte de forma intermitente. Además, la temperatura había bajado bastante, así que incluso pasé un poco de frío, porque no me había llevado ni siquiera un chubasquero. La lluvia era tan fina que no me merecía la pena ni abrir el paraguas, porque el viento hacía que te mojaras igualmente. Así que, ya veis, haciendo de chicarrón del norte en Japón… más bien de turista tonto, pero bueno…

Como siempre, voy a empezar con una nota cultureta. Por lo visto Nikko ha sido considerado como un lugar sagrado desde el siglo VIII cuando un monje budista construyó una ermita. Más adelante, el primer shogun, Tokugawa Ieyasu, fue enterrado en este lugar y su nieto, Tokugawa Iemitsu, mandó construir varios templos, en honor de su abuelo y de si mismo.

El primer sitio que visité fue el templo Rinnoo-ji, que es uno de los tres centros budistas principales de la secta Tendai. Allí se puede visitar la sala Sanbutsu-doo, que como su nombre indica, contiene tres grandes budas.

En el interior de la mayor parte de los templos de Nikko no se podía hacer fotografías, así que no puedo enseñaros más que los exteriores.

Después fui hacia el Tooshoo-guu, un santuario sintoísta, donde se encuentran varios de los mayores atractivos de Nikko. Nada más entrar se encuentra el Shinkyuusha, un establo donde se encuentra el siguiente grabado.

Se trata de los tres monos sabios que “no oyen, no hablan y no ven”. Sí, tal vez tengan razón, a veces es más sabio aislarse de todo. Al lado se encuentra otra construcción con un grabado bastante particular. El autor de éste nunca había visto un elefante de verdad, así que creo que hizo bastante buen trabajo.

Subiendo unas escaleras se encuentra la Yoomei-mon, una puerta con una decoración y unos grabados impresionantes.

Como nota curiosa, decir que los constructores pensaron que la belleza y perfección de esta puerta podría ser la envidia de los dioses, así que, por si las moscas, una de las columnas tiene los grabados al revés que las demás. También hay quien piensa que se puede tratar de la imperfección de la perfección.

En este santuario se encuentra el mausoleo de Tokugawa Ieyasu. Para llegar a él hay que pasar por una puerta donde se encuentra el grabado del Nemuri-Neko, el Gato Dormido.

Al parecer, este grabado es famoso en todo Japón por su realismo. El camino hacia la tumba es una ascensión por unas escaleras flanqueadas de unos impresionantes cedros. Quizá estos sean más impresionantes que la propia tumba, que destaca por su sobriedad, en contraste con los vivos colores con los que están decoradas las demás construcciones del santuario.

En un primer momento me pareció demasiado sencillo para la tumba de un hombre que estableció el shogunato por encima del poder de los emperadores durante 250 años. Sin embargo, no había más que levantar la vista para darse cuenta de que lo impresionante no era la construcción, sino el entorno.

Al salir del Tooshoo-guu fui hacia el Futarasan-jinja, un santuario dedicado a la montaña Nantai o también conocida como Futara, cuyo edificio principal no tenía mucho interés, aunque el paseo a sus alrededores tenía bastante encanto. En especial, me llamó la atención esta fuente, porque tenía un mini-templo dedicado para ella sola. Además, tenía un letrero en el que se pedía que la gente no tirara monedas, cosa que me parece rara, ya que en todos los templos hay que echar monedas para rezar, por pequeño que sea.

El último santuario que visité en Nikko fue el Taiyuuin-byoo, el cual es el mausoleo del nieto de Tokugawa Ieyasu. Aunque parece una simple reproducción, a una escala menor, del Tooshoo-guu, el entorno y su fusión con él, junto con la niebla que había, le confería una atmósfera de cuento.

Una pena que buena parte del santuario estuviera cerrada al visitante, porque un paseo por sus caminos en medio del bosque hubiera estado muy bien. Después de salir de este santuario empecé el camino de vuelta hacia la estación. Me di una vuelta por el parque que rodea los templos. Aunque la lluvia empezaba a ser algo más que fina, me permitió ver el Shin-kyoo sin mojarme demasiado.

Este puente es una reconstrucción del original del siglo XVII. Se dice que aquí es donde el monje que fundó el primer templo de Nikko cruzó el río Daiya, cabalgando sobre dos serpientes.

Como ya empezaba a llover y se hacía tarde, cogí el tren para volver a Tokio. La mejor opción para hacer le viaje a Nikko es coger la linea Toobu que sale de Asakusa, así que, cuando llegué a Tokio, me di un paseo nocturno por el Sensoo-ji. De este templo ya hablé en una de las entradas del año pasado, pero creo que merece la pena enseñaros la foto con la iluminación nocturna.

Como la lluvia empezaba a ser bastante fuerte, después de darme un paseo por el mercadillo y las tiendas próximas al templo, volví al hotel para dormir, porque me encontraba bastante cansado después de toda la jornada.

Besos para ellas y abrazos para ellos.

viernes, 22 de agosto de 2008

...pasa un domingo en Tokio

El domingo por la mañana me desperté temprano para intentar aprovechar un poco el día. Para seguir hablando de comida, en el hotel servían desayuno, pero al estilo japonés, es decir, con arroz. Me comí un par de onigiri, que son unas pelotas de arroz mezclado con otras cosas, como atún o algas. Sigo prefiriendo tomar algo dulce por las mañanas, pero era lo que había y mi estómago se adapta fácilmente.

Cerca del hotel había un edificio con una tienda de Bandai, que para los que crecimos en los ochenta y noventa siempre nos recordará a los Caballeros del Zodiaco, los Power Rangers o el tamagotchi.

Cogí el metro y me fui hacia Ueno. Un apunte sobre el metro de Tokio. Es realmente muy sencillo circular por el metro. Todas las indicaciones están en romaji y en muchos casos, en inglés. Llevando un mapa de la red de metro y trenes de Tokio es muy fácil orientarse. Aquí os dejo un enlace a un buen mapa, pero en los puestos de información de las estaciones también se pueden conseguir. Si se van a hacer muchos desplazamientos, conviene sacar el pase para un día. Por 1000 yenes (aproximadamente 6 euros) tienes acceso ilimitado a toda la red de metro durante un día. Es muy sencillo sacar este billete en las máquinas expendedoras que hay a montones en todas las estaciones, ya que tienen guía en inglés. Cuidado al comprar el billete, porque hay dos compañías de metro en Tokio. El billete que os comento sirve para todas las líneas, pero hay otro más barato que sólo sirve para las líneas de una de las compañías. Combinando este pase de un día con el JR pass (billete de la compañía JR que por un precio único se puede circular por toda la red de trenes y autobuses de JR durante el tiempo de validez: 7, 15 o 30 días) se puede circular cómodamente por todo Tokio.

Después de esta parrafada, viene la nota friki. Los japoneses están en todo y si no mirar esta recomendación.

Muy gráfico. Además, el espíritu consumista llega hasta los baños del metro. Esto son los anuncios que hay en frente de los urinarios en algunos baños del metro.

Es una buena idea. Llegas apurado, te descargas y cuando estás con la guardia bajada, levantas la mirada y te endosan el anuncio.

Bueno, me había quedado en que había vuelto a Ueno. Allí fui al Museo Nacional de Tokio.

Se trata del mayor museo de todo Japón. Tiene varias salas dedicadas a arte japonés y asiático. Además, tienen exposiciones temporales a las que se puede acceder con un sobreprecio en la entrada. En esta ocasión había una exposición de duelos de genios, que consistía en poner juntas varias obras de autores japoneses de la misma época para poder compararlas. Mereció la pena pagar el coste extra, había obras muy interesantes. No puedo enseñaros fotos porque, como es lógico, no se permitía sacarlas dentro de la exposición. Sin embargo, sí puedo comentaros algo curioso. En una sala había unos tazones para té donde se decía que uno de ellos era el más perfecto tazón para té, debido a sus proporciones. A vista de un occidental profano en temas de cerámica oriental, aquel tazón, arrugado y sin ningún tipo de ornamentación, no me parecía nada del otro mundo, pero la vitrina donde se encontraba estaba rodeada de decenas de personas y algunos tomaban notas y todo. Supongo que me queda mucho para poder apreciar estas cosas.

En el museo eché bastante tiempo y aún así no me dio tiempo a verlo todo con detalle. Después me fui a dar un paseo por Ginza, uno de mis barrios preferidos en Tokio. Volví a hacer una visita a la tienda Apple y al edificio Sony, donde se puede jugar con los últimos modelos y futuros lanzamientos de las dos compañías.

Este es un país de contrastes, y es que, muy cerca del extremo de la zona comercial más pija de todo Japón donde se pueden comprar bolsos de Louis Vouitton o diamantes, uno puede encontrar un callejón como este.

En este restaurante comí un tazón de arroz con sushi, tofu y sopa de miso, todo ello por menos de 6 euros. Una prueba más de que Japón no es un país caro si buscas un poco y te atreves a meterte en estos sitios.

A continuación me dirigí a uno de los barrios que me quedaban por visitar en Tokio, Ebisu. Este barrio es un sitio bastante tranquilo donde hay un gran centro comercial y un par de museos. El que me interesaba a mí era el Museo de la Cerveza Yebisu. La entrada es gratuita y no me extraña, porque es un anuncio constante de la marca Yebisu, pero por otro lado, no estuvo mal. Además, al final hay un bar donde se puede degustar las distintas especialidades de la marca por 500 yenes.

Después me fui a dar un paseo por Harayuku donde, a pesar de la lluvia aún había un montón de gente comprando y en el Jinguu-bashi había alguna chica vestida al estilo cosplay, pero de todo esto ya hablé el año pasado. A continuación, fui a dar un paseo corto por Shibuya, otro de mis barrios preferidos, pero la lluvia ya empezaba a caer en serio y no tuve ganas de mojarme otra vez como el día anterior.

Para terminar el día, una nota consumista. Hacía tiempo que le venía dando vueltas a comprar una cámara digital reflex, así que al final me decidí a dar el salto desde las compactas, ya que no iba a estar en mejor sitio para comprar una cámara de fotos. Al final me decidí por una Nikon D60 con un objetivo cutre para empezar a aprender un poco y luego ya veremos qué pasa.

Ya veis que finalmente no me pude resistir a la tentación de comprar un cacharro electrónico. Espero que en alguna de las próximas entradas os pueda poner alguna foto hecha con esta cámara, de momento puesta en automático, que tengo mucho que aprender.

Una vez saciado mi afán consumista fui a la estación de trenes para coger el shinkansen a Nagano. Podría terminar aquí, pero este año mis problemas con los trenes están siendo una nota predominante. No tuve ningún retraso, porque el servicio de trenes bala japoneses es el más eficaz del mundo. Al parecer, el único retraso hasta la fecha ha sido por un terremoto, y eso espero no tener que vivirlo, al menos en el tren. El problema fue que, cuando intenté entrar en la estación, la máquina no me dejaba pasar y me devolvía el billete. A la tercera vez de intentarlo me di cuenta de que me habían dado un billete para el día siguiente. Una vez más volví con los problemas de comunicación, y es que el que me había vendido el billete en Nagano no entendía muy bien el inglés (al menos el mío), así que debió de confundir Sunday con Monday. Menos mal que iba con tiempo bastante y pude cambiar el billete en el momento y sin sobreprecio.

Un día completo. Un punto friki, cerveza japonesa, cacharros electrónicos y problemas de idioma, creo que no estuvo mal el fin de semana.

Besos para ellas y abrazos para ellos.

miércoles, 20 de agosto de 2008

...pasa un sábado en Oomiya

Este fin de semana no tenía pensado haber ido a ningún sitio, pero al final me animé a hacer un pequeño viaje, ya que la opción de quedarme en Nagano no me atraía mucho y algo tenía que contar aquí.

Me parece que casi ninguno habrá oído hablar de Oomiya. Se trata de un barrio de la ciudad de Saitama, cercana a Tokio. A los aficionados a los deportes, y en particular al baloncesto, debería sonarles esta ciudad, ya que allí fue donde se disputó la final del último campeonato del mundo de este deporte. Pues sí, fue en el Saitama Super Arena, que se puede ver desde el shinkansen que une Tokio con Nagano, donde España ganó el mayor trofeo de su historia en el baloncesto.

Esta ciudad no es muy turística, lo cual me vino muy bien para desconectar de la cantidad de gente que había en Nara y Kioto la semana anterior. Lo que me interesaba de Oomiya era un distrito en particular, el Bonsai-choo, conocido como Bonsai Village. Se trata de una zona de Oomiya en la que hay una gran cantidad de viveros de bonsáis.

La villa se construyó hacia los años veinte, después del gran terremoto de Kanto. Tras el desastre, algunos de los maestros de bonsái se trasladaron desde la ciudad de Tokio a Oomiya, a una zona por entonces poblada tan solo por árboles, zorros y mapaches. Como curiosidad, decir que existen cuatro condiciones para poder vivir en Bonsai-choo. Poseer como mínimo diez macetas con bonsáis (tiene lógica), mantener las puertas abiertas, no construir una casa con más de dos pisos y que los cercados sean de árboles de hoja perenne.

Otra de las espinas que tenía clavadas del año pasado era la de ver un museo de bonsáis. En realidad esto no lo conseguí, porque se trataba simplemente de viveros. Según parece, las exposiciones de bonsáis se tienen que hacer con las macetas de gala, sobre un pedestal, con un ukiyo-e (pintura japonesa sobre tela o papel) al lado y una planta de acompañamiento (información suministrada por Suárez-Rodríguez F). De todas maneras, había auténticas preciosidades. Aquí os pongo alguna foto que saqué, a pesar de que en alguno de los viveros no dejaban hacer fotos.

Yo, sin tener ni idea, disfruté viendo estos árboles en miniatura. Además, entre vivero y vivero se puede ir a la Casa de las cuatro estaciones a descansar un rato.

El descanso no me vino nada mal porque hacía tanto calor que casi me costaba respirar. Y es que se estaba preparando una buena tormenta. Al terminar la visita a los bonsáis me fui hasta Tokio. Mientras iba en el tren, empezó a llover bastante, suerte que cuando llegué a la estación de Ueno, ya había amainado un poco. Aún así tuve que abrir el paraguas plegable que me había comprado esa misma semana, previsor que es uno.

Entre los distritos turísticos de Tokio, Ueno, junto con Asakusa, es donde la extrema modernidad aún no ha penetrado completamente. Había dos razones para ir hasta allí, porque el hotel que había cogido estaba relativamente cerca, a sólo dos paradas de metro y además quería ver algún museo, ya que en Ueno-kooen (el parque Ueno) están los mayores museos de Japón.

Al salir de la estación me encontré con esto.

Aún no había comido, y ya era bastante tarde, pero resistí la tentación de entrar en este sitio. Preferí ir al mercadillo Ameya-yokochoo, que está al lado de la estación de Ueno. Lo siento, no me puedo resistir a hablar de comida, pero es que uno, desde fuera, se hace la idea de que Japón puede ser muy caro, sin embargo, es fácil encontrar restaurantes de comida rápida japonesa de calidad en los que puedes comer por 650 yenes (unos 4 euros). No es que sea una comida excepcional, pero para ir en plan de turista mochilero está más que bien.

Después de comer fui al Museo Nacional de la Naturaleza y Ciencia.

El museo consta de dos zonas. Una galería global y otra dedicada a Japón. Ambas galerías están divididas en varios pisos con distintas secciones sobre fauna, flora y tecnología, desde los tiempos de los dinosaurios hasta la actualidad. El problema para los occidentales en los museos japoneses es que apenas tienen paneles explicativos en inglés, aunque en este caso tienen muchas pantallas interactivas con traducciones. De todas maneras, el museo es muy visual, es decir, apenas se necesitan paneles explicativos. Sin embargo, donde más lo eché en falta fue en una zona en la que se podía experimentar, a modo de juego lúdico, con varias propiedades físicas de los materiales y otras cosas. Algunos aparatos eran evidentes, pero en otros casos lo que hacía era esperar a que algún japonés jugara con las máquinas y luego lo intentaba yo. La batería de la cámara se me acabó al poco de entrar en el museo, así que no os puedo poner fotos. Lo bueno es que se me acabó justo cuando estaba intentando fotografiar unos nanotubos de carbono. Para quien no lo sepa, yo estoy en el Institute of Carbon Science and Technology, dirigido por Morinobu Endo, que cada año está nominado a los premios Nobel de química y física, sin conseguir ni uno ni otro, por haber descubierto los nanotubos de carbono. Puede que fuera una señal que no los pudiera fotografiar.

En el caso de que alguien quiera visitar Tokio, no considero este museo como una prioridad si no se disponen de muchos días, pero puede resultar un buen sitio donde pasar una tarde de lluvia entretenida.

Cuando terminé con este museo, no me dio tiempo a ver más, ya que aquí cierran a las 18:00, excepto los viernes que algunos cierran a las 20:00, de manera que me fui al hotel para dejar las cosas. Esta vez, como me decidí tarde a hacer el viaje, no encontré un sitio barato donde dormir. Es lo malo de viajar solo, no puedes compartir gastos y las habitaciones individuales salen casi al mismo precio que las dobles. El hotel no estaba mal, por si os interesa, aquí podéis encontrar la dirección de la cadena a la que pertenecía el hotel donde me quedé.

Estuve descansando durante un rato, mientras cargaba un poco la batería de la cámara, para salir a dar una vuelta nocturna. Me acerqué hasta Akihabara, el barrio de la electrónica, para ponerme los dientes largos con la tecnología a buen precio que se puede encontrar allí. Allí se encuentra uno de los centros comerciales más grandes dedicado a aparatos electrónicos, el Yodobashi Kamera de Akihabara. Después me di una vuelta por el barrio, entre tienda y tienda. El problema fue que, mientras estaba por allí, empezó a llover de una manera increíble, caía agua como si nunca lo hubiera hecho. Yo me las di de listo, porque iba con mis flamantes playeros de gore-tex que me había comprado antes de venir a Japón, porque sabía que me podía pasar una cosa así. Bueno, pues los malditos playeros me calaron, no duraron ni cinco minutos. Por el contrario, el paraguas de tres euros que había comprado aguantó perfectamente.

Como no parecía que fuera a parar en breve, me fui hacia al hotel, desistiendo de dar un paseo nocturno por Roppongi (barrio de movida occidental en Tokio), como tenía pensado. Cuando dejé el metro, había parado de llover, así que tuve la posibilidad de sacar esta foto.

Se trata del Sumida-gawa (río Sumida) a su paso por Asakusa. A la izquierda de la foto se puede ver una de esas autopistas elevadas tan típicas de las grandes ciudades de Japón.

Eso sí, teníais que haberme visto en el hotel con el secador enchufado a los playeros para ver si me secaban para el día siguiente.

Bonsáis, museo y lluvia, un típico día de turista en Japón.

Besos para ellas y abrazos para ellos.

viernes, 15 de agosto de 2008

...pasa un domingo en Kioto

Como ya dije, quise volver a Kioto para intentar ir a algunos sitios que no pude visitar el año pasado. Una espina que tenía clavada era la visita al santuario Fushimi Inari Taisha. Inari es la deidad de los cereales, así que, teniendo en cuenta la cantidad de arroz que se consume aquí, creo que tiene que tener mucha importancia. Según la guía es uno de los santuarios más venerados de Japón. Este zorro es uno de los mensajeros de la diosa, y en su boca porta la llave del granero, así que habrá que tener cuidado con él.

El santuario es un enorme complejo que se extiende por la ladera de una montaña con varios templos principales y cientos de ellos en miniatura. Pero la característica de este templo es la ingente cantidad de toriis rojos, que se encuentran por todo el complejo. El sendero que recorre la montaña uniendo los templos está cubierto en prácticamente un noventa por ciento por los toriis.

Si alguno ha visto la película Memorias de una geisha, siendo niña, la pequeña Sayuri huye, no me acuerdo de qué o quién, corriendo por uno de los pasillos de toriis como el de la foto anterior. Eso sí, tenía que haberse presentado a las olimpiadas, porque en cuestión de segundos recorrió el camino que lleva desde Gion hasta Inari, y tiene que haber al menos cinco kilómetros. Supongo que habrá que perdonarles por aquello de la licencia poética. Y si después la niña se convierte en Ziyi Zhang, pues con más razón.

Las siguientes horas las pasé recorriendo el santuario, y es que, como dije antes, el recinto es inmenso. Así que, con el calor que hacía, a pesar de estar en un bosque, a la sombra, sudé la gota gorda para intentar ver todo lo que pudiera, sin embargo, llegó un momento en el que tuve que dar la vuelta, porque se me hacía demasiado tarde, para poder ir a algún otro sitio. Pero el paseo mereció la pena, aunque sólo fuera por ver un sitio como este en el bosque en medio de la montaña.

Lo que es curioso es el negocio que tienen montado alrededor de todos los templos en Japón. En este santuario en particular, había máquinas de bebidas por el recorrido, y cuanto más arriba llegabas, más costaba la bebida. Supongo que en todos lados se aprovechan del infortunado turista que, después de la caminata, paga lo que sea por una botella de agua. De todas maneras, no me puedo quejar, porque aquí la bebida es bastante barata. Por una botella de agua de medio litro, en el sitio más caro, fueron unos 190 yenes, lo que es menos de 1.20 euros.

Para terminar con este santuario, aquí os pongo una foto de uno de los mini-templos que se pueden ver por todo el recorrido.

Es casi una obsesión por los toriis.

Relativamente cerca de este templo (en tren), se encontraba el Daigo-ji. Este templo es otro de los lugares declarados patrimonio de la humanidad en Kioto. La verdad es que tenía que ser precioso, lástima que yo no lo pudiera encontrar. Una de las cosas que tiene el salirse un poco de los circuitos más turísticos internacionalmente hablando, es que las indicaciones en inglés, o por lo menos en romaji, son muy escasas. Además, ni la guía, ni el mapa turístico de Kioto cubren esa parte de la ciudad. De manera que me pasé casi una hora buscando el maldito templo, sin éxito. Por lo menos encontré otro, el Zuishin-in. No encontré información sobre él en la guía, pero según lo que ponía en el letrero de la entrada, aquí estuvo una mujer cuya belleza nunca fue superada. Lástima que yo no la vi. Por lo menos os puedo poner una foto del templo.

Después de esto me dirigí hacia el centro de Kioto para comer algo. No tengo foto, pero ya que he estado hablando de comida durante las dos anteriores entradas, deciros que comí yakisoba, que no es más que soba cocida, pasada por la plancha junto con verduras, carne y demás.

A continuación cogí el autobús para ir hacia la zona de Arashiyama (literalmente es la montaña de la tempestad, pero no sé si se traduce así realmente), para visitar el Tenryuu-ji. Durante el trayecto, un señor se dirigió a mí y empezamos a hablar en inglés. Cuando supo que era español, empezó a hablar algunas palabras en castellano, aunque después continuamos en inglés. Resulta que al hombre, de 72 años, le encanta viajar y se puso a estudiar castellano porque ya fue tres veces a España. Decía que le quedaba poco tiempo para visitar todo lo que quería ver, que el mundo es muy grande y que ahora que todos los días son domingo para él, tenía que aprovechar el tiempo. Ciertamente, es una forma de ver las cosas que me gusta.

Volviendo al tema del templo… sí, este sí que lo encontré, y mereció la pena. El Tenryuu-ji es otro de los lugares declarados patrimonio de la humanidad. Como muchos otros de los grandes templos de Kioto, éste también fue una villa, en este caso de un emperador. Al parecer, un sacerdote soñó que un dragón salía de un río de los alrededores, así que interpretó que el alma del emperador no estaba en paz, por lo que levantaron el templo para calmarlo. Yo diría más bien que al sacerdote le gustaba el sitio y asustando al emperador consiguió quedarse con la villa.

La visita al templo se puede hacer en dos fases, por dentro de la construcción principal y por el jardín. No sabría decir cuál de las dos me gustó más. Esta es la entrada a la villa.

Una vez dentro, se hace un recorrido por varias construcciones de madera. Dentro de la sala principal uno se puede sentar en el tatami y disfrutar de la calma que allí se siente.

Y es que, a pesar de la gran cantidad de turistas, nadie alzaba la voz más de la cuenta. Tal vez las vistas al jardín ayudaran a calmar a la gente.

Después de salir de este templo, sólo tenía tiempo de ir a recoger mis cosas al hostal y coger el tren hacia Nagano. Podría terminar aquí el relato del domingo, pero el fin de semana estaba gafado.

El viaje a Nagano, como os dije hace dos entradas, se hace pasando por Nagoya, donde se coge el tren express. Pues bien, si ya el sábado tuve problemas con el tren, este día fue algo increíble. Cuando estaba esperando el tren, vi que la gente ya se iba poniendo a la cola para entrar en los vagones de asientos no reservados. Para mí es mejor coger billetes sin reserva porque, si pierdes el tren siempre puedes coger el siguiente, si se reserva, no. Bueno, el caso es que empezaron a decir algo por megafonía sobre el tren que yo tenía que coger, pero no acertaba a entender nada más. Al principio no me preocupaba, porque el resto de gente no se movía. Pero cuando el tren se retrasaba ya 10 minutos, no sabía qué hacer, porque nunca me había pasado en Japón el sufrir semejante retraso. De todas maneras la gente no se movía, así que allí me quedé, a pie firme. El tren seguía sin llegar, por lo que intenté preguntar, pero la gente que estaba por allí apenas hablaba inglés. Así estuve esperando durante una hora y veinte minutos. Yo sólo podía pensar en cómo me las iba a arreglar para dormir en Nagoya sin nada reservado, así que, creedme si os digo que era el tren más guapo que he visto en mi vida. Al final llegué pasada la media noche a Nagano, sin un sitio donde entrar a cenar y sin nada en la nevera. Menos mal que aquí hay un montón de tiendas de 24 horas donde comprar algún plato precocinado.

Este problema oscureció un poco mi fin de semana en Nara y Kioto, sin embargo, me quedo con las dimensiones del Todai-ji, el paseo bajo los toriis y la paz observando el jardín del Tenryuu-ji.

Besos para ellas y abrazos para ellos.

miércoles, 13 de agosto de 2008

...pasa un sábado en Nara

A pesar de no ser una ciudad tan conocida como su hermana mayor (en tamaño), Nara tiene mucha importancia en la historia de Japón, ya que fue la primera capital permanente del país. Lo de permanente es un decir, ya que tan sólo fue capital durante 75 años, desde el 710. A pesar de esto es una ciudad con ocho lugares declarados patrimonio mundial por la UNESCO. Durante el periodo Nara se asimilaron muchas de las influencias Chinas fundamentales en el desarrollo de la cultura japonesa, así como la implantación del budismo como religión oficial, la cual convive desde entonces con el sintoísmo.

Bien, después de esta introducción cultureta, voy a pasar a contaros algo no tan interesante, pero al menos tendrá fotos. El sábado me levanté temprano para coger el tren de Kioto a Nara. Una vez allí, me dirigí hacia la zona de Nara-kooen que, según la guía es donde se encuentra lo más interesante, ya que par el resto hay que ir hacia las afueras y en un viaje de un día no era posible.

El Nara-kooen es, como su propio nombre indica, un parque (kooen) muy grande. En él viven más de mil ciervos “salvajes”, considerados antiguamente mensajeros de los dioses sintoístas y actualmente son un tesoro nacional. Caminan a su aire acercándose a los turistas para buscar algo de comida. Y por supuesto, siempre hay un negocio lucrativo para todo, así que, si se quiere, se pueden comprar galletas especiales para ciervos por 150 yenes.

Me dirigí directamente a la atracción principal del parque, el Todai-ji. Construido en el 752, sufrió quemas importantes durante varias guerras. Esto mermó su tamaño, sin embargo, la sala principal de este templo es el edificio de madera más grande del mundo, aunque se calcula que ahora es un tercio menos de lo que fue.

En su interior se encuentra el Daibutsu, o Gran Buda. Es una enorme estatua de Buda, fabricada en bronce y oro que, con sus 16 metros de altura, se encuentra entre las estatuas de Buda más grandes del mundo.

Después de visitar este templo, caminé hacia la sala Nigatsu-doo, a la que hay que llegar subiendo una pequeña colina, lo que significa sudar la gota gorda con el calor que hacía, pero esto fue la tónica general de todo el fin de semana (y de toda la estancia). Aprovecho para comentar que si alguien está interesado en venir a conocer este país, según mi experiencia es muchísimo mejor hacerlo en otoño. Voy a conocer Japón desde julio a noviembre, y el mejor mes fue octubre, aunque dicen que la primavera es todavía mejor época para venir aquí. Además, en verano hay mucho turismo, sobre todo occidental. Ahora que el euro está tan fuerte, resulta relativamente barato viajar a Japón. Así que me encontré una enorme cantidad de españoles durante todo el fin de semana.

A lo que iba, aquí os pongo una foto de la sala Nigatsu-doo.

Lo mejor de esta sala son las vistas de Nara desde su balcón. El estilo me recuerda a una de las salas de Kiyumizu-dera, en Kioto, por la estructura de madera que sostiene a la sala, aunque en este caso no resulta tan espectacular.

Continué mi paseo por el parque entre árboles, ciervos y pequeños riachuelos hasta el santuario Kasuga Taisha, otro lugar declarado patrimonio mundial. Tanto el acceso como el propio santuario está inundado de faroles de piedra y también de metal.

A continuación comencé el camino de vuelta a la estación, pero antes de coger el tren de vuelta, me paré en el santuario Kofuku-ji. El recinto es bastante grande, dejando entrever que en otra época allí tuvo que haber una gran cantidad de edificios, pero como le suele suceder a los santuarios en Japón, el fuego hizo estragos. Sin embargo, todavía se pueden ver varios edificios entre los cuales se encuentra la segunda pagoda más alta de Japón (la primera la vi el año pasado en el Too-ji).

De vuelta a Kioto paré en una ciudad que queda de camino, Uji. Allí se encuentra el Bioodoo-in, un templo también declarado patrimonio mundial, y que además sale en las monedas de 10 yenes. El problema es que se me hizo tarde y ya estaba cerrado cuando llegué, así que sólo pude entreverlo desde fuera.

Sé que la foto no es gran cosa, pero su valor no se ha de medir teniendo en cuenta la iluminación, enfoque y demás, si no en sangre, sudor y lágrimas, y estoy hablando literalmente. La sangre me la chupó un mosquito que no pude matar a tiempo y aún hoy me pica el mordisco que me dio el bicho que parecía un avión. Y es que el templo está al lado de un río, así que con la humedad y el calor ya os podéis imaginar. Del sudor ya hablé antes y de las lágrimas voy a hablar ahora.

Cogí de nuevo el tren en dirección a Kioto. El viaje transcurría sin problemas hasta que nos paramos en una estación. Por la megafonía empezaron a soltar unas cuantas parrafadas, naturalmente en japonés. Cuando ya habían pasado cinco minutos, abrieron las puertas y buena parte de la gente empezó a bajarse. Los turistas occidentales empezamos a mirarnos entre nosotros, con evidentes caras de preocupación. Al final, una chica japonesa, que hablaba algo de inglés, dijo que hubo un accidente en la línea y que no sabían cuánto tiempo iba a estar parado el tren. Nos dijeron que se podía ir por otra línea de tren perteneciente a otra compañía, sin gasto adicional. El problema fue que, desde el punto que nos encontrábamos, no había un tren directo y en esa línea apenas había explicaciones en inglés. Por suerte encontramos un señor que hablaba inglés y que iba hacia la estación de Kioto, así que nos hizo de guía. Menos mal, porque tuvimos que coger tres trenes antes de llegar. Así que ya veis, un poco más y me caen las lágrimas. Espero que sepáis apreciar el valor de la foto anterior.

Cuando llegué a Kioto era bastante tarde, así que me fui a dar un paseo por Gion (famoso por sus geishas). Allí entre en un pequeño restaurante en el que sólo ponían okonomiyaki y de un solo tipo, pero lo mejor fueron mis compañeras de mesa.

Eran un poco calladas, así que no conseguí ligar con ellas.

Volví al hostal dando de nuevo un paseo nocturno. Como había estado sin comer desde las 12 del mediodía, la verdad es que me quedé con hambre después de cenar, así que paré en un puesto ambulante y me cogí lo siguiente.

Esto es takoyaki. Se trata de unas bolas hechas con una masa muy parecida a la del okonomiyaki, pero con pulpo en su interior (tako). Esto es para que los gallegos vean otra forma de preparar el pulpo.

Después de todo un día caminando con el calor que hacía, me encontraba muy cansado, así que me volví al hostal y a dormir, que todavía me quedaba el domingo por delante.

Besos para ellas y abrazos para ellos.